Si se presta un poco de atención se nota: el ir y venir de los pulmones, el ritmo pulsátil de la sangre, un músculo vibrante... multitud de pequeños rumores y cosquilleos que delatan que ahí dentro de nosotros, en la aparente quietud, cada órgano y tejido está desempeñando su función para mantenernos vivos. Pero nuestro homenaje no es frecuente; ni siquiera tenemos la consciencia de estar indisolublemente unidos al cuerpo, de ser la misma cosa. A menudo solo si nos duele o caemos enfermos reparamos en que viajamos juntos. Y, sin embargo, bien podríamos dirigirnos cotidianamente a nuestro hígado, nuestras manos o nuestros riñones para dedicarles un amable agradecimiento por lo bien que trabajan para nosotros.
Tendemos a vivir lejos del cuerpo, concentrados en la mente. Intentamos comprender siempre con la razón, a veces perdiéndonos en las arquitecturas de las palabras, y olvidamos el prodigioso mecanismo que nos sostiene y sus favores bondadosos e inteligentes allá donde el pensamiento no puede ayudarnos: cuando intuye, rechaza o resuelve lo que no podemos afrontar, cuando nos indica lo que nos pasa, o simplemente cuando digiere o nos lleva.
El cuerpo parece conocer muy bien nuestros anhelos y necesidades profundos, lo que arrastramos y cómo liberarlo. Nada de lo que pensamos o sentimos le es ajeno. Por eso puede convertirse en un instrumento preciso del que valernos como guía.
Se puede explorar el cuerpo, a través de sus sensaciones y reacciones, interpretando sus mensajes cifrados, dejándole expresarse, queriéndolo y acogiéndolo como el mejor aliado que tenemos.Demasiado a menudo se le trata con desgana, aborrecimiento, insensibilidad. Se llega a reducir a su aspecto exterior, a un perfil imperfecto que se querría modificar.
Si nos acostumbráramos a masajearnos y acariciarnos con ternura, si viviéramos la desnudez con naturalidad, si pudiéramos, en suma, relacionarnos con el cuerpo de manera confiada y atenta, aprenderíamos todo lo que tiene que decirnos sobre nosotros mismos.
Yvette Moya-Angeler
Revista Cuerpo Mente nº 211
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